miércoles, 25 de abril de 2012

Las Montañas del Hombre

  
Este pucho va a tener el privilegio. De Santo Domingo viene a parar al Nilo. Si porque lo voy a tirar al Nilo. Es una forma de ensuciarlo o tal vez  no.

Antonio Tissera
Egipto, navegación al sur del Nilo, enero 2006.


Por lo que pude averiguar, fue hacia 1870 que Ramón Lucero, pariente por parte de la madre de mi padre, pudo concretar su sueño de realizar una expedición por el Nilo. Supe luego de recopilar los primeros datos, que fue esta empresa causa de un malestar económico y marital que fracturó a esa familia cordobesa. Una de sus ramas, se instalaría en el Chaco tres décadas después; donde mis abuelos se conocerían en una lancha cinco décadas mas tarde.
El viaje sería, una vez instalados en Alejandría, en barco por el Nilo. Recorrerían su cauce río arriba internándose en lo hondo del país. Según un itinerario confeccionado por Don Lucero, pisarían las costas unas veinte veces con el fin de acceder a diversos sitios: ciudades, tumbas y templos del pasado. Su asistente y acompañante espiritual en la travesía fue un sobrino de apellido Quiroga, posiblemente pariente indirecto del famoso caudillo.
No es mi intención en esta oportunidad, pues ya lo he hecho en otros informes, extenderme más en los detalles de la travesía: la fiebre exótica que contrajo Lucero; los varios exabruptos que dejaron a la expedición varada en tres oportunidades (una a causa de la fiebre contraída); o la única muerte violenta que registra la expedición, de la cual no he podido recopilar datos que la aclaren. Niego nuevamente que haya existido una mujer acompañante o la posibilidad de amoríos con nativas, en este punto debe tenerse en cuenta la naturaleza de la cultura islámica y la ingenuidad romántica de mis parientes.  
Lo que busco, es exaltar las breves pretensiones poéticas que tuvo Ramón Lucero en aquellos días, que fueron los mas anhelados para él, según expreso en su vejez. Navegar por ese Río, en especial para él, que conocía las historias, pudo ser una experiencia que evocó con mayor rigor la presencia del tiempo. Quiero decir, y tal vez me cueste pues me he abocado a la investigación y nunca a la expresión literaria, que en el río el tiempo y su paso se hace notar intensamente y en el país de Egipto, como en todas las tierras antiguas, el tiempo deja una densa estela difícil de ignorar.
Ramón no llevó un diario de su viaje. Él creía con convicción que “…los acontecimientos más relevantes serían aquellos capaces de sobrevivir a la purga del olvido”. Estos recuerdos perennes, purificados de la vulgaridad anecdótica (me provoca cierto dolor expresarme de este modo pues yo he estudiado anécdotas mucho tiempo) eran para él, verdades adquiridas tras la experiencia, (esto último es una conjetura personal). Fue su sobrino quien dejó un libro de viajes. El manuscrito se encuentra dañado en la tapas y en sus primeras y últimas páginas. Figura el apellido Quiroga en una carátula pero como dije las primeras páginas son casi ilegibles, impidiéndome conocer el nombre de pila del sobrino. Por otro lado, últimamente hasta he dudado de que se tratara de un verdadero sobrino de sangre.
Las notas tomadas por Quiroga pueden catalogarse de torpes (a veces escuetas, otras muy densas). Pero es en ellas que descubrí la faceta más reflexiva y literaria de mi pariente. Por alguna razón Quiroga tenia la costumbre de transcribir diálogos o expresiones irrelevantes manifestadas por sus acompañantes y en especial de aquel que hablaba su idioma natal con fluidez, es decir, su tío. El material trascripto será breve pero es la totalidad de la producción poética de Lucero.
En la navegación Ramón Lucero expresó las cinco frases que he dispuesto a continuación y aunque han sido tomadas de pasajes distintos y distantes del libro de Quiroga, producen su efecto estético y armónico al leerse en continuidad. Transcribo:

“Hoy vi algo increíble: vi esconderse el sol.”

“Se perdió atrás del desierto.” “El Nilo ya no fue de oro.”

“Bañó  las aguas del Nilo con plata.”

“En la cima de la barca el viento y las estrellas.”

El orden cronológico no ha sido alterado, solo borre las extensas distancias de texto inútil.

Luego de contemplar y recorrer el gran templo de Karnac expreso: 

“He visto Roma y nada se compara con el templo de Karnac, Tebas, País de Egipto.”

En esta afirmación promulga con soberbia de salmo, una pretensión de supremacía arquitectónica y metafísica de Karnac por sobre la perla urbana de occidente.
 De todos modos no hubiera perdido mi tiempo en buscar estos escasos ejemplos de la inspiración oral de Lucero, de no haber leído, lo que es a mi criterio, el fragmento más valioso de las notas de Quiroga. Transcribo:

“Dios creó las montañas y les dio su forma perfectamente imperfecta e irregular. El hombre vio el paisaje del desierto al sur de ambas márgenes del río de la vida  y quiso copiarlas y ser grande y eterno como el creador. Sus mediocres copias hijas de su visión racional y de paganos cálculos geométricos, las hizo imperfectamente perfectas y regulares.
Desilusionado el hombre vio sus pirámides perderse en la arena,  avergonzadas ante las soberbias montañas de Amón-Rá.”

El fragmento pertenece a una larga secuencia que Quiroga hizo de comentarios delirantes que Lucero balbuceó bajo los efectos de la fiebre.
 Cuando tiempo después, ya muy anciano y decadente, se le preguntó a Ramón Lucero por su viaje al norte de África y la cuenca del Nilo, solo repitió este fragmento casi exactamente con las mismas palabras, según informan otras fuentes consultadas.
Fuera de esto, solo diré que al visitar el templo de Abu-simbel, cayó de rodillas y lloró.


A F P S

sábado, 14 de abril de 2012

De los días antiguos a la historia

Los días en el paraíso son distintos a los de la historia. La diferencia más importante, es la forma de percibir el tiempo. Aquí en el dominio de los hombres, reina la idea de un tiempo lineal, es decir, un tiempo donde los nombres quedan en la memoria y se van sucediendo como en un camino. Se trata de un mundo con principio y fin. En él las cosas se originan, deterioran y luego polvo. Los días se suman unos a otros y el tiempo pasa rápido, al punto, que se divide y se cuenta hasta la milésima parte de un instante. Todo se cuenta: las distancias, los volúmenes, los Reyes. El mundo de los hombres se llama historia y nace y muere como éste. Es consecuencia del pecado de conocer; es la soberbia de recordar. Es un mundo condenado al fin.
En cambio, el paraíso se trata de un acto aquí y ahora. El tiempo es un camino circular y se rige por la naturaleza: es verano, es otoño, es primavera y luego otra vez verano. Las cosas no terminan, sino que se suceden eternamente, en un camino de transformaciones. El tiempo es eterno y todos los días son el día y las estaciones siempre vuelven igual. Los años no se cuentan, es más, no se nombra pues lo vital se renueva y es fértil. ¡La música de Dios dibuja todas las cosas! ¡Todos bailan la creación! Pero nadie reina, solo el silencio, que es la palabra.